jueves, marzo 30, 2017

LOS FALSIFICADORES DE LA DEMOCRACIA

Al final, supongo, tiene un poco qué ver con el desconocimiento de la historia o, más propiamente, con la forma en que en ciertos grupos falsifican su historia para justificarse ante los propios y ajenos ojos.
            El asunto es que, de un tiempo para acá, es notorio cómo, en el nombre de la democracia, múltiples conquistas y candados democráticos van cayendo o son pervertidos, siempre en nombre de la democracia y, no debería sorprendernos, con el aplauso de grupos que se llaman a sí mismos democráticos.

Los ejemplos abundan; van desde la pretensión de desaparecer el fuero político para legisladores, gobernadores y otros funcionarios públicos, pasando por la idea de reducir o, simplemente, desaparecer los impuestos tanto a los empresarios como a los trabajadores o por la iniciativa de suspender el financiamiento público a los partidos políticos o, cuando menos, supeditar éste al número de votos obtenidos por estos; terminando en el uso y abuso de referéndums para justificar las peores ignominias.
            Los argumentos, no se dude, siempre son por “el interés general”, por el “bien de las mayorías” y el “fin de la impunidad” o “la corrupción”...
            El fuero político, nos dicen, ha permitido que legisladores y gobernadores utilicen sus nombramientos para el enriquecimiento ilícito, la corrupción y otro largo etcétera de crímenes. Para sustentarlo, emplean una multitud de ejemplos actuales en los que, efectivamente, la impunidad cobija a figuras públicas.
            Sin embargo, en todo este argumento parece obviarse, no sé si ingenua o intencionadamente, el hecho de que los pactos de impunidad poco tienen que ver con el fuero político y sí mucho con la complicidad dentro de los grupos de poder (formal o fácticos) y las instituciones de impartición de justicia.
            Olvidan también que, en un principio, la garantía de no acción de la justicia sobre quien ostentara un cargo de elección popular, fue impuesta a fin de garantizar no la impunidad de los grupos mayoritarios, sino la seguridad de la oposición; a fin de que no pudieran utilizarse cargos falsos y crímenes inventados, para impedirles actuar contra el poder hegemónico.
            Antes que hablar de la desaparición del fuero político, deberíamos hablar sobre la sanación, limpieza y autonomía de las instituciones policíacas y de impartición de justicia, a fin de que no pudieran ser utilizadas, como lo han sido no pocas veces a lo largo de la historia actual de México, para perseguir, reprimir, encarcelar y hasta desaparecer opositores.
            Sin este primer paso indispensable, eliminar el fuero para los cargos de elección popular, no es democracia, sino garantía de perpetuidad para un único grupo en el poder.

El perpetuar a un único grupo en el poder pareciera ser la tónica general de todas las falsificaciones de la democracia.
            Proponer, por ejemplo, como se ha propuesto recientemente y se ha hecho amplio eco, eliminar el financiamiento público a todos los partidos políticos, garantizaría no el manejo trasparente de los fondos de estas instituciones, sino que sólo aquellos grupos con compromisos no del todo confesables con los intereses económicos y comerciales, pudieran participar en las elecciones de cualquier nivel.
            Es justamente para prevenir esta perversión que, hace no demasiado tiempo, se logró legislar a fin de evitar el financiamiento privado de las campañas políticas y regular las “donaciones” de particulares a éstas... Fue hace tanto como en finales del siglo pasado.
            Y hoy, menos de medio siglo después, olvidamos (cualquiera diría que intencionadamente) nuestra historia reciente; siempre en nombre de la democracia.
            Similares problemas pueden encontrarse en la multiaplaudida “iniciativa popular” de “sin votos no hay dinero”, que pretende atar el financiamiento público a los partidos políticos a la cantidad de votos recibidos.
            En el esquema actual, nos dicen los promotores de la iniciativa, el financiamiento público ha servido para que expresiones minoritarias vivan a expensas de las arcas públicas. La solución, continúan, no es trasparentar el uso de los fondos destinados a los partidos, sino asignarles a estos recursos proporcionales a los votos recibidos en el pasado ejercicio electoral.
            Dejando de lado la obvia desventaja en que esta lógica pondría a grupos emergentes (que al participar por primera vez en procesos electorales, recibirían recursos por demás escuetos en comparación con los partidos ya establecidos), un esquema de éste tipo en un escenario como el mexicano es, a todas luces, un despropósito.
            Sin limpieza en las instituciones organizadoras de los procesos electorales (INE), en medio de una complicidad más que manifiesta entre los organismos de calificación y vigilancia electoral (TRIFE) con los poderes políticos y fácticos del país; con elecciones cuyos resultados claramente han sido manipulados (2006) o en las que privó la compra de votos (2012).
            Una reforma de este tipo sólo garantizaría, de nuevo, la perpetuidad en el poder de los grupos que han llevado a cabo estas prácticas...

Pero todos estos argumentos son obviados o, simple y llanamente, acallados porque, nos dicen, estas ideas cuentan con “el apoyo popular” y, continúan, “nadie puede oponerse a la razón de las mayorías”.
            Olvidando, de nuevo parecería que intencionadamente, que la “razón de la mayoría” ha demostrado poder ser manipulada y dirigida, no hacia sus intereses como conglomerado, sino hacia los de los grupos de poder.
            Baste recordar los resultados del referéndum sobre el Brexit, el plebiscito de la paz en Colombia o, más recientemente, las elecciones en Estados Unidos... Cuando sólo la voz de un grupo es escuchada y sus mentiras son repetidas constantemente, a fin de acallar los hechos contrafácticos y las opiniones discordantes, la “razón de las mayorías”, definitivamente, no es democracia.
            La democracia pasa, necesariamente, por la garantía de que todas las voces serán escuchadas en igualdad de circunstancias, de que la información no será manipulada ni la historia falseada... Mientras estos elementos no puedan ser garantizados, cualquier iniciativa que busque restar la presencia del otro, del distinto; es sólo garantía de perpetuidad, no democracia.


Mario Stalin Rodríguez

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