miércoles, noviembre 06, 2013

TEMPUS FUGIT

Nota: Zeentury tiene un webcómic. Bueno, en realidad tiene algunos más,pero el que nos importa ahora es uno solo, específicamente; Dioses y Otras Tonterías que va sobre... mmm... Bueno, pues sobre dioses (al menos uno) y tonterías diversas (muchas, bastantes). Pero sobre todo va de humor del más absurdo y pueril, de ese que, haciéndolo bien, hace que te caigas de la silla con un fuerte dolor de estómago de tanto reírte... Y Zeentury lo hace bien.
Bueno, pues Zeentury tiene un webcómic... Y, además, se da tiempo de leer otros, entre ellos, la republicación (con extras) que de La Otra Versión - Calabozos y Dragones llevo haciendo en Subcultura desde hace más de un año. Vamos, si incluso se dio tiempo de localizar las no demasiado oscuras referencias que había yo escondido en el capítulo 07, haciéndose acreedor a un premio, que consistía en un dibujo de lo que él pidiera y un cuento cuya temática saliera de su ronco pecho... Comprometiéndome yo, además, a enviarle los originales físicos de su dibujo (cosa que haré recién tenga dinero, lo prometo)... Por lo demás, dado que los digitales ya los tiene él y otra parte del premio era publicar ambos por acá, pues va cuento y dibujo sobre Dioses y Otras Tonterías...
El lugar es cualquier lugar.
            El tiempo es cualquier momento.
            La hilera de escritorios se extiende hasta el infinito hacia cualquier dirección que la vista abarque; todos exactamente iguales, ocupados por seres exactamente iguales. Podrían parecer humanos y podría ser que algunos parecen ser varones y otros parecen ser mujeres, pero este es un asunto de mera percepción; si un cefalópodo consciente dirigiera sus membranas fotosensibles vería una infinidad de cefalópodos asexuados exactamente iguales entre sí.
            Pero digamos que parecen humanos y que visten todos el mismo traje gris, la misma camisa de vestir blanca y la misma corbata gris; los que parecen varones llevan todos los mismos pantalones grises y las mujeres las mismas recatadas faldas grises un poco por debajo de lo que los humanos verían como sus rodillas. Todas peinan sus castaños cabellos con el mismo peinado y todos peinan sus recortados cabellos castaños con el fleco dirigido hacia el mismo lado.
            Todos se sientan antes sus escritorios y hacen funcionar las mismas viejas calculadoras de rodillo y palanca. El tac-tac-tac monótono inunda la inmensidad...
            Pocas culturas en el universo han imaginado su existencia y aún menos, los han representado o dado algún nombre, pero todas, absolutamente todas, han sospechado su función; vigilar el devenir del tiempo. A falta de un mejor nombre, se llaman a sí mismos Auditores.

Hace años.
            La nueva es extraña. Nadie habla con ella, sólo la miran de lejos, preguntándose si los rumores serán verdad, mejor dicho; cuál de ellos será verdad. Hay quien dice que la expulsaron de su anterior escuela porque destrozo el laboratorio de biología cuando liberó a las ranas destinadas a la práctica de disección. Otros afirman que la expulsión fue porque dejó incapacitado al equipo de fútbol cuando los descubrió molestando a un chico flaco y de gafas. Unos más escucharon que hubo un asunto turbio con un maestro, que involucró insinuaciones no demasiado veladas y parte de la tubería escolar en orificios del docente en los que, habitualmente, no debería haber tubería escolar.
            Ella los ve con un gesto de furia difícilmente contenida; no se siente cómoda en este colegio, como no se sintió cómoda en el anterior, ni en el de antes... No se ha sentido cómoda en ningún colegio al que la han inscrito, no como se siente cuando está con su padre; no como se siente cuando entrena con él y lo acompaña. Sí, el mundo es mejor y más cómodo cuando está con su padre.
            A la distancia, semioculta por la esquina de uno de los edificios, una niña de rubia cabellera la observa con interés; sonríe mientras acaricia el hámster que carga entre sus brazos.
            Detrás del murmullo propio de un colegio lleno de infantes, si se escucha con atención, se puede percibir un persistente tac-tac-tac.

-¿Ficus?- El ¿hombre? se distingue de los demás sólo porque su traje es de un tono de gris ligeramente más oscuro. Toma el papel que surge de la calculadora y repasa la interminable columna de números.
            -He comprobado los números tres veces, no hay error posible-. La ¿mujer? alza la cara del teclado de la calculadora y dirige su rostro sin rasgos hacia ¿él? Podría ser que intentara un gesto de confusión o una sonrisa profesional, pero sin boca, ojos, pómulos o cejas, resulta difícil saberlo.
            -Sí, pero ¿ficus?
            -Ahí están los datos, le aseguro que yo también estoy desconcertada.
            -Encárgate de eso ¿quieres? Se acerca una auditoria  y no me gustaría que nuestra sección quedara en ridículo... No después del fiasco de Pompeya; es increíble que los malditos de la sección 16 sigan haciendo chistes con eso, uno creería que se cansarían después de los primeros milenios.

Baldo despierta.
            Algo no está bien. No sabe aún qué, pero algo hay extraño en la semipenumbra de su habitación. Hace el breve repaso al que se ha acostumbrado todas las mañanas, comprobando que tiene el número correcto de extremidades en los lugares adecuados. El hecho de no tener el irrefrenable deseo de hacer la fotosíntesis desde un cómodo rincón del pasillo, lo tranquiliza un poco... Pero sólo un poco, algo falta.
            Conforme su cerebro va echando a andar sus complicadas sinapsis, se da cuenta; la casa está en silencio. El ruido de fondo al que se ha ido acostumbrando no está; no hay el ruido de la televisión encendida permanentemente en su interminable maratón de comedias o telenovelas, tampoco el curiosos canto de un galló al ritmo de La Cucaracha, ni siquiera el murmullo discreto de las maquinaciones de su compañera con ínfulas de conquistadora mundial. La casa está en silencio.
            Se viste a la carrera y sale de su habitación... Tal vez, sólo tal vez, si se hubiera tomado un poco más de tiempo, habría notado el papelillo que caía lentamente desde un extraño brillo en el techo. No mide más de medio palmo; “salva a la porrista, salva el universo” podría decir, pero es poco probable.
            En la sala que no reconoce, Baldo se topa con su hermana... Con una versión poco favorecida de su hermana. La descuidada cabellera pelirroja se enreda en torno a unos rulos desacomodados; la bata de baño demasiado arrugada, cubre el rollizo cuerpo enfundado en un amplio pijama de franela barata. Una sonrisa triste se dibuja en su cara; tal vez querría decir algo, pero el llanto de un bebe la interrumpe y sale corriendo.
            Baldo está confundido. Tal vez, sólo tal vez, si lo estuviera menos, notaría que, detrás del llanto, suena un monótono tac-tac-tac...

Está furioso.
            En el vacío inconmensurable del limbo flota, lo ha hecho durante milenios, desde que los malditos Auditores lo exiliaron de la realidad, a él y sus hermanos, para imponer el orden sobre el caos...
            Fueron los primeros, nacidos en el primer momento del tiempo, surgieron del caos de la creación y caos eran; los siete innombrables, hermanos y hermanas, padres y madres de todo. Con sus juegos infantiles dieron forma al universo y lo hicieron expandirse, crearon y destruyeron vida... En cada parpadeo suyo, mundos, civilizaciones e imperios surgían, alcanzaban las estrellas y morían.
            Siete eran y se fueron separando. Uno de ellos abrió una brecha en la realidad y se mudó a un plano distinto. Otra, en un descuido, cayó en un hueco del tejido del espacio tiempo y nunca más pudo salir de ahí, sus hijos son los pobladores de los calabozos dimensionales. Uno más se contrajo sobre sí mismo y creo todo un nuevo universo en su interior; se concentró tanto que hoy es una realidad autocontenida y completamente autorreferente.
            Siete eran y se fueron separando. Al final sólo quedó él; único en un universo moldeado por siete. Él, nacido del caos y que era el caos; el primero, el quinto y último de los siete. Él, que era a la vez el único, el último y todos los siete. El innombrable...
            Primero fueron los malditos dioses de los monos; creadores creados por sus creaciones. Eran espíritus animales y después personificaciones de deseos y fuerzas. Los monos fueron aprendiendo y creciendo, fueron dándoles nombres y potestades a los dioses y los dioses siempre tuvieron nombres y potestades. Dioses caóticos surgidos del miedo para imponer orden sobre el caos que era él.
            Sus enfrentamientos llamaron la atención de los Auditores... Los muy malditos ni siquiera se presentaron en este minúsculo universo, sólo se sentaron antes sus malditas máquinas de sumar y empezaron a hacer su magia con los números, el maldito tac-tac-tac interminable y, de pronto, los malditos dioses de los monos y sus malditos héroes ganaron.
            Lo exiliaron al limbo, a él, que era uno y siete.
            Desde entonces ha flotado en el vacío... Eso fue hace milenios y, sin embargo; ayer no era así. Había comedias y telenovelas, lo recuerda bien. Había pizzas, comida china, helado y extraños granos de maíz explotados, lo recuerda muy bien. Había también una mujer de rubia cabellera, de risa contagiosa, de pezones con natilla y fresas y un sabor dulce en el sexo... Sí, lo recuerda.
            Ayer había un mundo y compañía, pero hoy está en al vacío y en él ha flotado por milenios. El tac-tac-tac inunda el limbo... Sí, está furioso, pero sabe quiénes son los culpables y tiene un plan...

Hace años.
            La niña de rubia cabellera susurra algo a los oídos del hámster. Éste asiente y ella sonríe.
            Lo coloca sobre el suelo y de sus bolsillos saca una minúscula espada y una minúscula pistola, se las entrega y el roedor las toma con manos que no deberían poder sostenerlas. El pequeño animal asiente y algo brilla en sus ojos. Se aleja rumbo a la nueva...

Los Auditores llaman a ciertos puntos históricos Momentos Schrödinger... Bueno, en realidad nos los llaman así, porque los Auditores ni siquiera tienen un idioma para hablar entre ellos, pero si un humano pudiera “escuchar” el intercambio de información entre dos Auditores, escucharía “Momentos Schrödinger” cuando estos se refirieran a los puntos de inflexión histórica... Si un hipotético individuo de una hipotética raza felina los escuchara (y esto nos dice mucho sobre relatividad cultural), muy probablemente escucharía algo que podría traducirse como “Momentos de la Puta Caja”.
            No necesitan ser grandes momentos, es decir; no la victoria en una batalla definitiva entre dos imperios galácticos, sino un instante anterior, puede ser incluso MUY anterior. Digamos, por ejemplo, el momento justo en el que los padres del niño que después será el dictador derrotado, deciden inscribirlo en una academia militar y sacarlo de las clases de danza que tanto parece disfrutar.
            Para que un Momento Schrödinger se produzca es necesario, obviamente, un objeto determinante, al que los Auditores llamarían Clavo (si tuvieran un idioma verbal, claro). Si sabes cuál es el Clavo específico de un Momento Schrödinger específico, puedes hacer que la realidad sea una u otra. Y saberlo, por supuesto, es la tarea de los Auditores.

Se echa agua en la cara por enésima vez.
            Se mira al espejo y nada ha cambiado. Sigue siendo Baldo, sigue teniendo la misma cara de siempre y las mismas camisas estampadas de siempre. Es él y es el de siempre, pero es lo único que sigue inmutable. Intentó llamar por teléfono a sus amigos y descubrió que ninguno de ellos reconocía su voz. Pero el mayor shock fue cuando se encontró a su cuñado en la cocina cuando éste se preparaba para ir a trabajar, un butanero gordo; un puto butanero gordo. Eso no puede estar bien.
            Intento distraerse con la televisión, pero desde la pantalla un rostro conocido de rubia y corta cabellera lo miraba desafiante. La aspirante a conquistadora mundial, informaba el noticiero matutino, sería ejecutada hoy por inyección letal después de ser encontrada culpable por múltiples crímenes contra la humanidad... No, eso tampoco estaba bien.
            El problema es que, conforme pasa el tiempo, las cosas son cada vez más claras; su hermana siempre ha estado casada con el butanero, siempre ha tenido tres hijos prácticamente seguidos y él siempre ha vivido con ella mientras el mundo se da cuenta de que él es la próxima y más grande estrella del Rock.
            Siempre ha sido así, lo sabe; lo recuerda... Y sin embargo.
            Vuelve a mojarse la cara con el agua del grifo. Vuelve a mirarse en el espejo y sabe que algo no está bien... No es sólo la curiosa sensación con la que se despertó; cuando ve su cara en el espejo, sabe que debería haber algo más.
            Había una chica, cree, de lunar en el rostro y tatuaje en la espalda baja... Había un ave de granja con sobrero de charro, aunque eso suene tan extraño... Había (y aquí es donde empieza a dudar de su cordura) plantas de ornato parlantes y hamburguesas con ideas religiosas... Pero eso es imposible, se dice a sí mismo... No, no lo es, se responde; porque también había dioses.
            Vuelve a mojarse la cara y se mira al espejo; un rostro verde con tentáculos le devuelve la mirada...
            -Tu vienes conmigo-, escucha mientras unos brazos lo jalan hacia dentro del cristal...

Momento Schrödinger.
            El hámster se acerca a la chica nueva, sus ojos brillan de determinación. En sus manos una diminuta pistola está cargada y lista para ser accionada; el Clavo.
            En realidad era sólo una prueba, si la chica nueva la pasara; sería digna de la amistad de la niña de rubia cabellera, sólo debía ser capaz de enfrentarse al Sr. Bigotes sin heridas de consideración.
            Momento Schrödinger.
            Bastaría con que el hámster no tuviera la pistola o, incluso, con que el disparo hubiera salido un poco desviado hacia la izquierda, entonces no habría dañado un músculo importante de la pierna y la niña nueva hubiera ganado.
            Entonces todo habría sido distinto. No habría quedado inválida ni habría tenido que pasar por tantos años de dolorosísima y poco efectiva rehabilitación, no habría conocido a su futuro marido en el hospital, cuando éste recargaba el gas butano del hospital y ella se dolía de sus esfuerzos, escondida en el cuarto de calderas.
            Todo habría sido tan distinto. La niña rubia no se habría convencido de que la humanidad no tiene un solo individuo digno de ser salvado y, por tanto, no habría crecido convencida de que su derecho era exterminar a toda la raza humana. Tal vez, sólo tal vez, habría habido alguien que le dijera que comprar tantos y tantos litros de gas nervioso no era buena idea y, definitivamente, no los habría soltado el mismo día y a las distintas horas pico, en los atascados trenes subterráneos de París, Nueva York, Tokio, Madrid, la Ciudad de México y Buenos Aires.
            Un simple Clavo en un simple Momento Schrödinger.

El problema con los dioses del caos (y por eso los Auditores los odian), es que pueden ver cuál es el Clavo específico de todos los Momentos Schrödinger.
            El asunto con los dioses del caos es que no les gustan ni los Clavos ni los Momentos Schrödinger; la historia, dicen los dioses del caos, no es una sucesión ordenada de causas y efectos, sino una red compleja de sucesos interconectados de manera imprevisible.
            Lo maravilloso de los dioses del caos es que no creen en la historia como mariposa en vitrina, fijada con un alfiler y eternamente igual e inmutable. No, los dioses del caos creen que la historia es mariposa viva y, esto es lo realmente magnífico de todo esto; que con sus aleteos puede causar tormentas.
            El problema con los dioses del caos, por supuesto, es que a pesar de saber todo esto, no pueden acceder al espacio y tiempo de los Auditores, porque ese es el dominio del orden y el caos no puede existir ahí. No, los dioses del caos no pueden llegar hasta los escritorios interminables ni manipular las innumerables máquinas de sumar; lamentablemente, los dioses del caos no pueden interrumpir el eterno tac-tac-tac.
            No quiere decir esto que los dioses del caos se resignen. No, los dioses del caos no se resignan, sólo que deben abordar el asunto desde otra óptica...

-Entonces ¿debe ser un 9, no un 11?
            Él sonríe; sabía que el humano no lo defraudaría. No en balde ha sido el primer mono en el que confió, en una historia que ahora nunca sucedió. Pero los dioses del caos pueden ver todos los presentes posibles y quienes han sido tocados por ellos, guardan un poco de esta facultad.
            -Pero aún no entiendo cómo puedo ayudarte con eso.
            En el momento en que fue arrastrado al limbo, Baldo pudo recordar todo perfectamente. Sí, incluso la parte de los zombies y vampiros.
            -Vale... Sí, ya entiendo.
            Él sonríe y asiente. Es cierto, los dioses del caos no pueden ir a los dominios del orden, pero pueden disfrazar a un agente suyo como un Auditor y enviarlo ahí; basta con que éste sepa que las cosas no siempre son como nos dicen que deberían ser.
            Él, que es uno y es siete, sonríe, hace un ademán con sus brazos y Baldo es transportado.

El lugar es cualquier lugar.
            El tiempo es cualquier momento.
            Las filas ordenadas de escritorios se extiende hacia cualquier dirección que la vista abarque; el tac-tac-tac de las máquinas de sumar es prácticamente ensordecedor. Baldo se alisa el traje gris idéntico al de todos los que lo rodean, se pasa los dedos por el rostro sin rasgos y, si tuviera labios, sonreiría. Toma firmemente la taza de café y se dirige a un escritorio determinado.
            La ¿mujer? está muy ocupada añadiendo números a la interminable columna. No lo ve acercarse ni fingir un tropezón; sólo siente la incómoda sensación del café caliente extendiéndose por su inmaculada falda.
            Baldo balbucea algunas disculpas fingidas, mientras ¿ella? Se dirige, irritada, hacia los servicios para limpiar la falda (o cambiársela), antes de que su supervisor la vea y la regañe por su descuido.
            Baldo saca un corrector líquido de un bolsillo, ubica una línea específica; borra un 11 y escribe un pulcro 9 en su lugar... Hay un brillo, el universo se borra y el tac-tac-tac se detiene...

Baldo despierta en su habitación.
            Mónica duerme a su lado, de la habitación contigua le llegan ruidos y voces no demasiado apagados...
            -Pero… pero-, dice una voz masculina que él conoce bastante bien; -¿me puedes explicar cómo coño me deje convencer por tu amiga para volver a verte?
            De la sala le llega el ruido de la televisión, en su interminable maratón de comedias y telenovelas. Dentro de las paredes pareciera estarse desarrollando una ceremonia religiosa y, en algún lugar de la casa, un gallo desafinado canta La Cucaracha.
            Baldo sonríe, cierra los ojos y vuelve a recostarse. Abraza el cuerpo desnudo de su novia y se sumerge en el sueño. Sí, todo está bien ahora...

Para Zeentury.
Mario Stalin Rodríguez

Ya la próxima semana volvemos a lo nuestro...

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Molaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
pero mucho

3:05 a.m.  
Anonymous Anónimo said...

Me lo he tragado en un plis plas. Muy bueno, si señor.

Ahora le toca a Zeentury el adaptarlo a viñetas en un megaespecial.

4:12 a.m.  

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