miércoles, octubre 19, 2011

Caminante no hay camino...

Antes que nada, una advertencia necesaria; la tierra no es un buen lugar para vivir. El clima de nuestro planeta se enfría o calienta de manera irregular (o con periodos que, dada su duración, son incuantificables dentro de estándares humanos), la composición de su atmósfera es un equilibrio increíblemente delicado en el que incluso la mínima intervención (una erupción volcánica de mediana magnitud, por ejemplo. No hablemos ya de las toneladas de gases que la actividad humana arroja a ella) puede modificar en grado sustancial su composición.
La tierra no es un buen lugar para vivir, el propio suelo sobre el que deambulamos se mueve y choca entre sí, provocando el surgimiento de cadenas montañosas y el hundimiento de grandes territorios, por no mencionar temblores y terremotos de magnitudes variables. Por si fuera poco, de vez en cuando la tierra recibe el impacto de grandes asteroides.
La tierra no es buen lugar para vivir, tan es así que, hasta donde podemos saber, más de una vez la vida ha estado a punto de desaparecer por completo del planeta.
Definitivamente, la tierra no es un lugar tranquilo y, pese a todo (o precisamente por ello), es el único lugar en el que, fuera de especulaciones meramente hipotéticas, sabemos que surgió la vida.

...se hace camino al andar
En realidad, no existe consenso en cuanto a cómo y cuándo llegó el hombre a América. El único punto en el que todas las teorías son consistentes es, justamente, que la tierra no es un lugar tranquilo y esto obligó a nuestros antepasados a caminar.
En términos generales (no exentos de polémica), se puede hablar de cuando menos tres oleadas migratorias hacia América. La primera y más importante de ellas, provendría de Mongolia, desde donde se poblara el territorio de Berigia (actualmente a unos 53 metros de profundidad bajo el estrecho de Bering) hace unos 33,000 años.
De acuerdo a la teoría de la migración asiática (o poblamiento tardío), la dinámica de la última glaciación habría creado un puente libre de hielo entre dos glaciales en lo que es hoy el territorio canadiense, hace poco más de 20,000 años, ello habría permitido a los pobladores de Berigia internarse en el territorio continental.
Una variante sostiene la idea de una migración costera (no a través, sino rodeando los glaciales) por territorios actualmente bajo el océano Pacífico, lo que significaría un poblamiento mucho más temprano, hace unos 22 o 29,000 años.
Conviene acotar que estas variantes son sustentadas por estudios de ADN mitocondrial (trasmitido por vía materna), que ante la poco diversidad genética de los pueblos amerindios puede rastrear un origen común hacia unos 40,000 años en la Mongolia asiática.
Por muchos años la teoría del poblamiento tardío fue la única aceptada, sin embargo, a partir de la década de los 90 del siglo pasado, recientes descubrimientos en Monte Verde, Chile (1997) y la península de Yucatán (2010), obligan a replantear, cuando menos, la temporalidad de estos posibles grupos migrantes.

Un segundo grupo migrante, mucho más tardío, podría haber llegado a territorios de Norteamérica a través de una ruta distinta, pasando por Groelandia y el Polo Norte. Esta hipotética migración habría tomado una ruta muy similar a la que, muy posteriormente, daría origen al pueblo esquimal.

Una tercera migración americana habría llegado por el Sur a través del océano pacífico, proveniente de las islas polinesias.
Cabe anotar que esta migración se encuentra de sobra sustentada en análisis filogenéticos y por pruebas arqueológicas, que permiten ubicar el origen de la papa dulce (uno de los alimentos principales de los pueblos de las islas del Pacífico Sur), en tubérculos de la región andina.
Si bien esta última migración habría sido poco numerosa y no habría podido superar la barrera natural de la cordillera de los Andes, por lo que su expansión se limitaría a algunas islas como Rapa Nui y, cuando mucho, las actuales costas de Chile.
Fuera de esta migración tardía, no existe ninguna prueba real que sostenga la llegada de grupos humanos al continente americano tras la desaparición del puente de Berigia (aprox. Hace unos 11,000 años), por lo que toda especulación al respecto es meramente una hipótesis mucho más literaria que histórica, lo cual es aplicable tanto a las tribus perdidas de Israel (universalmente aceptada como verdad hasta la segunda mitad de la década de los 20 del siglo pasado) como a los supuestos contactos americanos de vikingos o chinos y japoneses.

Vale la pena mencionar que existen no pocas teorías que ubicarían el poblamiento del continente en fechas muy anteriores, tanto como hasta 250,000 años (anterior, incluso, al surgimiento del homo sapiens). Conviene acotar que estas ideas se sostienen mucho más por análisis meramente especulativos que por pruebas antropológicas o arqueológicas.

En el caso de México, los primeros vestigios poblacionales se hayan en Baja California, Sonora y Chihuahua y son datados hacia unos 20,000 años, considerándose principalmente como grupos nómadas de cazadores-recolectores.
Algunos otros vestigios, como las supuestas huellas humanas de la cuenca de Valsequillo, Puebla, o los restos del Cedral, en San Luis Potosí, datados entre 40 y 30,000 años, no son del todo concluyentes e incluso son desacreditados por no pocos especialistas debido a la contaminación de las muestras, lo que dificulta su análisis por pruebas radiológicas.
Sin embargo, descubrimientos recientes en la península de Yucatán, con restos humanos de entre 10 y 15,000 años de antigüedad, sí podrían obligar a un replanteamiento de las temporalidades de la ocupación prehistórica del territorio.

El difícil asunto de la comida
Independientemente de las temporalidades en las que se haya dado, es factible suponer que la migración hacia América se debió, en buena medida, a la escasez de alimento provocada por los cambios climáticos durante la última glaciación.
El hombre llegó a América y encontró un territorio rico en forraje y animales para la caza. Ahora bien, el mínimo sentido común ecológico dicta que cualquier especie invasora provocará cambios drásticos en el equilibro del ecosistema colonizado, el caso de América es buena prueba de ello.
Coincidente con la llegada del hombre se da la extinción de la megafauna americana. La explicación más simplista es que el hombre propició ésta por la caza desmedida, sin embargo esta teoría no está necesariamente respaldada por las pruebas arqueológicas disponibles.

Considérese el mastodonte, un paquidermo de varias toneladas de peso que suele moverse en manada. Considérense los primeros pobladores americanos, grupos reducidos de cazadores–recolectores nómadas con proyectiles de punta de piedra. Un enfrentamiento a todas luces desigual.
Los restos óseos encontrados (y de mastodontes, a lo largo de América, se han encontrado una nada despreciable cantidad de ellos) sugieren algo muy distinto a una caza indiscriminada. Es probable que el grupo humano asustara a la manada de mastodontes, desde una distancia segura, por medio de ruidos fuertes. Una manada asustada deja atrás al animal más débil (por ser o demasiado joven, o demasiado viejo o demasiado enfermo).
Siempre desde la distancia, por medio de ruidos y algún proyectil ocasional (destinado más a asustar al animal que a herirlo), el rezagado era llevado hasta un pantano en el que, víctima de su propia desesperación, se hundía hasta la indefensión.
Entonces sí, cuando el animal se encontraba completamente indefenso, los cazadores se acercaban y le herían repetidamente con sus puntas de piedra. La piel del mastodonte es muy gruesa, lo suficiente para que las puntas de piedra no pudieran atravesarla. Los proyectiles servían para aumentar la desesperación del animal y acelerar, así, su hundimiento.
El mastodonte moría ahogado y entonces sí, los cazadores se acercaban y le destazaban. En realidad, muy poco del animal era aprovechado, sólo aquello que podía comerse de inmediato y lo poco que el grupo podía cargar consigo, el resto quedaba en el pantano, a merced de los animales carroñeros y de los elementos naturales.

Como puede deducirse, la megafauna americana constituía una parte muy poco importante de la dieta de los primeros pobladores americanos, el análisis de los coprolitros encontrados en los asentamientos tempranos, habla mucho más de vegetales y animales pequeños (principalmente aves y roedores) que de mastodontes.
Pero, si la hipótesis de la caza desmedida es descartada, cómo explicar, entonces, la extinción de estos animales.
La respuesta es mucho más darwiniana. El periodo de gestación humana es, con mucho, menor al de la mayoría de la megafauna (9 contra 22 meses, en el caso de los paquidermos), lo que significa que un grupo humano necesitará más comida mucho más rápido.
Conforme la población humana fue creciendo, las plantas de las que la mayoría de los animales dependía fueron acabándose, llevándose consigo a los grandes herbívoros y a sus depredadores naturales.
El crecimiento de la población humana en América traerá consigo, de nuevo, el problema de la escasez de alimentos.

El difícil asunto de la comida 2
Se calcula que la agricultura fue descubierta alrededor del 8,000 a.C., en América, los primeros vestigios de domesticación vegetal se encuentran en la cordillera andina y son datados hacia el 7,000 o 6,500 a.C.
En el territorio que actualmente forma México, se han encontrado pruebas de una domesticación temprana de la calabaza y el guaje (aprox. Cenolítico superior, 7,000 a 5,000 a.C.), además del desarrollo de tecnologías para el procesamiento de semillas y vegetales, como el molcajete y el metate, cuyo origen se estima en el mismo periodo.
Posteriormente fueron cultivados en distintas regiones el fríjol, la yuca, el maguey, el nopal, el jitomate, el aguacate, el amaranto, el chile la ciruela, el zapote y el algodón.
Cabe señalar que el desarrollo de la agricultura se dio casi simultáneamente en diversas regiones del actual territorio mexicano.

Se estima que el maíz fue domesticado hacia el 3,000 a.C. en la zona del valle de Tehuacan (actualmente Puebla), de donde se extendió hacia el resto de territorio actual de México, Centro y Norteamérica.
Hay quien afirma que toda gran civilización crece en torno a un alimento específico, el trigo para los pueblos occidentales y el arroz para las culturas del Oriente. En América será la papa en la región andina y el Maíz para Centro y Norteamérica.

El descubrimiento y proliferación de la agricultura permitió la transición de los grupos de cazadores-recolectores nómadas a asentamientos multifamiliares semisedentarios.
Los cultivos traerán consigo, también, la adopción de otras prácticas como la domesticación de animales (principalmente, aves como el guajolote), además de propiciar la diversificación y complejización de los rituales mágicos, dando paso a un chamanismo más formal.
Todo ello, no se dude, provocará un cambio en las relaciones al interior del grupo, dando píe a una división social mucho más marcada entre los fuertes y quienes se ven obligados a trabajar para ellos… Ello es el embrión del que surgirán las grandes civilizaciones americanas.

Mario Stalin Rodríguez
Sí, estoy tirando del archivo de mi trabajo en el Museo Nacional de Antropología... ¿Cómo lo notaron?

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1 Comments:

Blogger LA CASA ENCENDIDA said...

Pues es la más de interesante este trabajo tuyo. Me ha gustado mucho leerte.
Besicos muchos.

2:09 p.m.  

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