VERSIONES I
“En efecto, las novelas mienten –no pueden hacer otra cosa- pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad (...) No se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla.”
novelas policiales"
I
Salió huyendo de la ciudad, de los fantasmas que poblan sus calles cotidianas, sus paisajes diarios. No era la primera vez, suele hacerlo cuando el peso de los recuerdos que habitan en las esquinas le oprime, cuando la soledad de las multitudes se le hace insoportable, cuando la esperanza no basta; entonces, con pretextos o sin ellos, toma sus maletas y vuela lejos.
Pero allá donde se llega, en cualquier lugar, la soledad que lo habita es la misma. Finalmente, las ausencias que lo definen no son de distancias y no son las distancias lo que podrá curarlas.
Por eso regresa a la ciudad, por eso siempre regresa a la ciudad.
Se enamora y desenamora de estatuas frías en fuentes y pedestales. Quiere y es querido por otros nombres y otras risas, más nunca por aquellas que con sus ausencias poblan sus párrafos.
Tomó sus maletas y corrió a la frontera con el pretexto de encontrar los últimos días de una niña desaparecida tiempo atrás; la misma historia contada mil veces con mil nombres distintos; sólo una víctima más de la injusticia que medra en las polvorientas calles de una ciudad fronteriza.
Por eso mismo, dijo Héctor, es que es importante contar su historia, para que no vuelva repetirse mil veces más con mil nombres distintos, para que el crimen que se comete cotidianamente se detenga, y se detengan también los crímenes de la autoridad complaciente y cómplice, los de la sociedad vergonzante, indiferente y, por ello, culpable.
Tomó sus maletas, las empacó en la cajuela y salió huyendo de la ciudad. De las sombras que no lo dejaban olvidar sus ausencias y de la esperanza que, lentamente, las suplantaba.
Es la última vez, le dijo a quien en cinco letras daba nombre a otro mañana. Es la última vez, le repitió en la despedida, pero es necesaria; para ambos era indispensable aprender a lidiar con los propios fantasmas en las nuevas presencias. Para ambos era indispensable desprenderse de los otros que fueron, para aprehender al otro que frente a ellos se dibujaba.
No es, del todo, un mal trabajo, da para la vida y los pequeños lujos; permite a Héctor mostrar ventanas dónde la gente no las ve y le permite, sobre todo, escribir de sí y de las ausencias que le definen. Con el paso del tiempo, la correctora de estilo y el diseñador han aprendido a dejar pasar las mayúsculas con las que otro mensaje oculta en sus textos este periodista citadino.
Porque no sólo de la realidad escribe; en claves absurdas, en escondites pensados para ser encontrados, Héctor retrata también sus ausencias y, últimamente, el nombre de la esperanza; las cinco letras del nuevo mañana.
Regresó a su casa, a su refugio y ella lo esperaba adormilada en un sillón, enfundada en una camiseta tal vez demasiado larga y pantalones peruanos muy amplios, sin maquillaje, despeinada; hermosa. La miró desperezarse, reconoció los lunares de su rostro y la deseó. Nombró a la esperanza en las cinco letras de su nombre y, sin dejarla preguntar nada, la besó. Abrazados, desvistiéndose sin abrir los ojos, llegaron al dormitorio.
Horas después se despidió de ella con un beso en la frente. Sólo dijo su nombre cuando ella, aún dormida, balbuceó una despedida. Tomó papel y lápiz y, junto al bosquejo de un felino indiscreto, garabateó su deseo en frases escuetas.
Se encarga de los cursos de Géneros Periodísticos en los salones de
La segunda ausencia le enseñó la posibilidad de futuros distintos, una nueva ortografía en la que amor se escribía en siete letras. La segunda ausencia fue, siempre, sólo promesa; posibilidad nunca realizada. Hubo acercamientos y distancias y, siempre, en la presencia o la posibilidad, incluso en noches y madrugadas compartidas, lo llamó sólo amigo y, como tal, se resignó a permanecer.
Sus ausencias le dan forman, la soledad lo define. En ella, en ellas, vivía los días en los que descubrió la esperanza. Familiar y extraña, conocida y ajena, lentamente, le mostró otra manera de ver el mañana; una donde sus fantasmas fueran memoria y no cadenas.
Es sólo que, de madrugada, cuando el insomnio hace presa de él (casi siempre), se descubre pensando en ellas, en una vida que se escribe en condicionante; y si... Y esta duda también lo define, como lo define, ahora, el deseo que en estos párrafos empieza a escribirse.
Ya está, advertidos quedan... El que avisa no es traidor.
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