miércoles, noviembre 29, 2006

ASALTO

Mario Stalin Rodríguez

Para ti, distante Maga, ausente Elena; mi pretexto para la esperanza.

Cubismo Cortarciano

o Maga vestida de ausencia

"No podré renunciar jamás al sentimiento de que ahí, pegado a tu cara, entrelazado en tus dedos, hay como una deslumbrante explosión hacia la luz, irrupción de ti hacia lo otro y de lo otro en ti."

Julio Cortázar

I Los Personajes.

Nunca la necesidad tubo tan poco que ver en un crimen; no hay aquí la magra economía, no hay aquí historias trágicas de familias sumidas en la miseria.

Tampoco tiene papel aquí la codicia; no hay deseo de tener más, no hay la triste acumulación de la riqueza por la riqueza misma.

Hay, eso sí, un grupo imposible, individuos que, en otras circunstancias, serían antagónicos; unidos por factores que sólo en la ciudad pueden darse.

Sobre todo está la ciudad; ese enorme monstruo que devora sueños y defeca nuestras esperanzas.

Gilberto vive en el crimen; la evidencia de su pecado circula en forma de auto compacto por las calles y avenidas de esta ciudad; su delito mueve a las personas de un lugar a otro acompañando con un PEEB cada determinada distancia.

Intentó estudiar Ingeniería, pero el con condón no se siente nada lo llevó a un matrimonio roto hace años y a buscar la papa por las calles de la ciudad.

Es, sobra decirlo, taxista ilegal. Su vida no tiene complicaciones: el dinero no sobra, pero nunca falta; su hija ha cumplido, hace unos días, el largamente acariciado deseo de una fiesta de quince años a todo lujo (con música grupera en vivo); su ex esposa no puede quejarse por el incumplimiento en la pensión alimenticia y él vive cómodo junto a su novia en casa propia.

Sobre todo está la ciudad, sus calles, sus bulevares, sus esquinas y sus fantasmas.

Raúl es pintor aficionado a la historieta, de hecho; las viñetas son su única lectura desde hace poco más de 18 años. Nunca abre un periódico y los libros sin ilustraciones le parecen aburridos; gran parte de su dinero se va en comprar las aventuras mensuales de sus héroes favoritos (casi todos) y en libros con cromos de pinturas (famosas y no tanto).

A los 14 años decidió que la vida debería ser mucho más que las cuatro desnudas paredes de los salones de la escuela. Abandonó la secundaría y se dedicó a la pintura. Tan mal no le va; sus cuadros han sido expuestos, incluso, en un café de las Ramblas de Barcelona.

Hace cuatro años conoció a Aurora y hace dos que nació Natalia, sólo por estos dos hechos el mundo es un lugar digno de vivirse.

Toda ciudad tiene sus fantasmas y en ésta abundan. Puede vérseles salir de las ventanas, sentirlos en los edificios; convivir con ellos en los parques y monumentos. Son, en suma, la memoria necesaria de los millones de habitantes.

José es la melancolía. Camina por las calles de la ciudad, reconociéndose en los recuerdos, definiéndose siempre por las ausencias. Es la cáscara de un hombre, a penas hueco que deambula.

No se malinterprete; no quiere decir esto que sea la tristeza, sólo la melancolía. José escribe y ríe. Vive y lee libros al por mayor. Adora el primer café de la mañana y agradece le primer ovalado del día. Lee historietas y se reúne con sus amigos para jugar. Amanece en otras sábanas. Quiere y es querido.

Es tan solo que, de vez en vez, sale a caminar por las calles de la ciudad y se deja llevar por los fantasmas, los propios y los comunes.

Es tan solo que la conoció, se enamoró de ella y, en su ausencia; perdió todos los pretextos para la vida.

La mayoría es indiferente a los fantasmas. La mayoría camina estas calles y se preocupa más por quien en las esquinas acecha que por los recuerdos que caminan solitarios.

Por supuesto que su nombre no es Maga, ni aún siquiera Elena, pero el adjetivo de Cortázar y la tragedia de Troya la dibujan mucho mejor que las palabras contenidas en su identificación.

Describirla no es fácil, para hacerlo se debe inventar un color; uno que retrate el aura que de su risa emana, esa cierta ternura, ese brillo que parece rodearla. No hay palabras suficientes, ni siquiera adecuadas, para imaginar el reflejo del sol en su cabello, el movimiento de sus dedos y sus senos traviesos.

Por sus ojos se pierden ciudades y por sus labios se conquistan imperios. No existe un verbo que pueda trazar el deseo.

No es ella personaje de estos párrafos, su presencia es a penas periférica y, sin embargo; sin su imagen presente no se entendería esta historia.

II El Pasado.

Todo empezó en una noche de mar en la ciudad; así, tan confuso como suena; alejada por kilómetros hacia arriba y hacia el centro, la ciudad se transforma en mar interior por la lluvia. La luz desaparece y las calles quedan convertidas en marejadas.

A bordo de un taxi José platica, sobre la ciudad, sobre el dinero que no llega al final de la quincena, sobre las mujeres y sobre el júnior que yace con los pantalones sumergidos hasta las rodillas en medio de un enorme charco, con el todo terreno transformado en inútil lancha; parado en medio de un lago de agua de drenaje.

Conduciendo su delito Gilberto platica, sobre la ciudad, sobre la gente, sobre los asaltos sufridos, sobre el fútbol, sobre las noches y sobre el júnior que insiste en llamar por celular, con la chaqueta, que cuesta más de lo que Gilberto gana en un mes, convertida en húmeda porquería.

"El estado se está normalizando y, muy pronto, castigaremos a los responsables de los últimos conflictos"; platica la radio inútilmente.

Los encuentros casuales e irrepetibles tienen una ventaja, permiten la confesión sincera. Con más de 5,000 taxis piratas en una ciudad con más de veinte millones de habitantes; ¿cuántas posibilidades reales hay de que este escritor y este ingeniero frustrado vuelvan a encontrarse?

Así, José puede también hablar de su más secreto plan; asaltar con lujo de poesía un banco. No cualquier sucursal, por supuesto, ésta debería cumplir condiciones precisas: estar en una colonia de clase alta, cercana a una estación del tren subterráneo y, de preferencia, en un día con mucha clientela.

Platica también de sus motivos, porque todo crimen tiene un motivo y éste, en particular, tiene el perfecto pretexto.

Es su risa, que no podría con las murallas de Jericó, porque no nació para destruir. Es su voz, la que abre las compuertas de todas las Troyas, porque no hay mejor trampa que la que sus notas cantan. Es imposible Elena y sus ojos, los que con mirarme invaden mis imperios.

Gilberto calla, cuando el pasaje se pone melancólico es mejor no hablar. Por eso Gilberto calla y piensa en la torcida lógica del cliente.

"Invito a mis adversario a que dejemos atrás el conflicto y sumemos esfuerzos por este gran país"; insiste la radio.

Cuando José desciende del taxi y paga el viaje, comienza a olvidar la cara del conductor. En proceso de amnesia estira la mano para recibir el cambio y, junto a éste, recibe también un papel con un número de celular anotado; después de esto, el olvido no será nunca más posible.

"Todo asalto necesita un chofer para el escape"; Gilberto le guiña un ojo mientras enciende el motor.

La lluvia ha cesado, unos metros adelante el pirata urbano recoge a una mujer con grandes maletas. Posiblemente se pongan a platicar mientras la lleva a su destino: hablarán de los políticos y de sus crímenes impunes; de la policía que con cincuenta pesos se hace de la vista gorda; del marido, agente judicial, que la golpea y del minuto en que decidió abandonarlo.

Muy lejos, esa noche, frente al espejo la Maga platica con su reflejo.

José platica con Raúl y le muestra una tira de papel, arrugada ya por tantos días en la cartera. Las aficiones en común pueden forjar amistades; cuando el pintor y el escritor fueron presentados, hace tantos años, nadie podría esperar que tuvieran en común más que las viñetas de los superhéroes.

Pronto, en el pasado, descubrieron que podían hablar cómodamente el uno con el otro; que podían compartir sus sueños y preocupaciones y que, en ejercicio de amistad, el interlocutor no lo juzgaría con parámetros suaves.

Raúl da vueltas en sus manos a los números del celular del taxista. Piensa y repasa; cuando hace años supo del plan, le pareció divertido por imposible. Jamás creyó sinceramente en que se llevaría a cabo y, lo sabe bien, José tampoco lo creía.

"La cámara de diputados aprobó esta tarde un incremento sustancial a su presupuesto de operación"; recita la televisión.

Natalia llora en el cuarto de al lado, Aurora se para del sillón y va a atender a su hija; deja a su marido solo con el peso de la decisión. El pintor repasa los números, mira el teléfono, descuelga y marca.

Aquella noche José soñó con ella.

III Los Planes.

La primera reunión, en casa de Raúl, no fue fácil; de inmediato el pintor y el taxista sintieron mutua antipatía. El primero no podía respetar demasiado a alguien que tenía tan poco control sobre su vida y el segundo no podía comprender a quien, teniendo todas las oportunidades, había decidido vivir sin educación y tan lejos de la letra impresa.

Aquella noche no arrojó grandes avances, a penas se limitaron a perfilar el plan de manera general y se comprometieron a buscar, cada uno por su lado, el banco que cumpliera las condiciones mínimas para la acción.

El asunto, mujer, es también un ensayo de libertad -escribe José en su cuaderno-. Es realizar una acción que me libere de tu presencia; algo tan irracional que impida a mi mente pensar en ti. Es inútil; aún estos planes, al negarte, te reafirman.

La primera reunión, en casa de Raúl, no fue fácil, pero cambio sus vidas. Gilberto conducía por las colonias de clase alta fijándose siempre en las sucursales bancarias y en los edificios que las rodeaban; preguntándole al pasaje por el tránsito de esas calles, incluso, brindándole especial atención ( y hasta precios bajos) a los empleados bancarios que hasta esos lares trasportaba.

Raúl ojeaba con determinación todos los planos de la ciudad que caían en sus manos, incluso cambió sus gustos; dejó de lado las historietas de superhéroes para leer, con avidez, novelas policíacas.

José empezó a hablar con otras personas y a prestar atención a lo que decían. No ya sólo limitarse a oír sin escuchar, siempre pensando en los ojos de Elena. Incluso trató de evitar a la Maga, intentando que su risa no distrajera con la belleza sus pensamientos.

Gilberto lleva todas las noches de paseo a su novia; le regala flores sin motivo; le obsequia bailes y cenas; incluso ha empezado a escribirle un poema.

La Guía Roji, acompañada con un listado de sucursales y sus direcciones, brindaba ayuda, pero no la suficiente. Cuando se volvieron a ver, seis meses después, descubrieron que los meros datos físicos estaban incompletos; aún necesitaban saber qué día habría la suficiente gente para cumplir con el plan.

La segunda reunión fue más fácil; los datos precisos les permitieron elegir tres opciones. Cada uno, por su lado, se encargaría de vigilar una de ellas, para saber cuál tenía mayor clientela y en qué días se juntaba en ella más gente.

Ensaya un nuevo estilo de pintura. Con trazos gruesos Raúl intenta retratar la desesperación, la locura y, sobre todo, la belleza. Sin darse cuenta, sin conocerla y sin proponérselo, en sus trazos empieza también a retratarla.

Al terminar la tercera noche ya sabían qué banco robarían, incluso conocían la fecha, pero los planes habían cambiado. Aquella noche se dieron cuenta de que los tres solos, por muy decididos que estuvieran, no podrían con el paquete. Así fue que Aurora y Beatriz se integraron al equipo.

Aurora, esposa de Raúl, pedagoga desempleada; heredera no de una fortuna, pero sí de la cantidad de dinero suficiente como para vivir sin demasiadas preocupaciones.

La Biblia es, en realidad, su única lectura seria. Sólo de vez en cuando la acompaña con artículos banales de revistas frívolas. Tal vez esté un poco loca, pero mirando los dos años de su hija decidió heredarle un mundo donde eso no importara.

Beatriz, 20 años, estudiante de Comunicación, empleada en un videoclub. Sabe que Gilberto, su novio, es una persona normalmente centrada; amigo del ser práctico para todo y en todo. Lo mira discutir sobre un evidente fracaso y se alegra por el cambio.

Sabe leer la vida, la escuela y la propia experiencia le enseñaron. Mirando a Natalia, hija de sus anfitriones, decidió compartir la locura de quien ama, sólo para saber si podrían compartir el futuro.

Me has arrebatado todo -insiste José en su cuaderno-; los pretextos para la vida, los argumentos para la rutina. Ocupas todo mi paisaje. Pero no puedes quitarme mis incoherencias y es por ello, mujer, que en sus paredes me refugio.

IV. Los Hechos.

La noche anterior José soñó con Troya.

En la fila están, en abrumadora mayoría, los empleados de una oficina gubernamental cercana; es día de quincena y aprovechan la hora de comer para cambiar sus cheques. En la fila están también José, muy cerca ya de las cajas y, casi hacia el final, Raúl, con el plástico bulto de una pistola de chinampinas en el bolsillo del saco.

Cuando llega su turno, José pone el portafolio sobre el mostrador; extrae de él un papel del tamaño de un cheque y se lo entrega a la cajera.

Sucede a veces, no se ofenda, pero sucede a veces que a los pequeños les da por agredir a los gigantes -se lee en el papel, escrito con una vieja oliveti mecánica-. Sucede a veces, no se ofenda, no es con usted; esto es un asalto y, por supuesto, traemos armas. Ponga todos los billetes de la caja en el portafolio y active la alarma. Puede quedarse algún billete, no se preocupe, por eso no hay problema; lo que verdaderamente sería imperdonable es que se olvide de activar la alarma.

Esa misma tarde, muy lejos, la Maga pregunta a los mutuos conocidos por José, de quien no ha sabido en días. No es que importe demasiado, es sólo que se había acostumbrado a su amistad y su plática y ahora le parece extraño no tenerles. No es que importe demasiado, también se ha acostumbrado a su inexplicables ausencias.

La mirada extrañada y asustada que la cajera dirige a José es la señal. Raúl saca la pistola de chinampinas de su bolsillo y finge un disparo hacia el techo. Lo que sigue es confusión; gritos y atropellos; las personas voltean hacia el hombre que se yergue con una pistola en las manos y miran desesperadas alrededor, buscando un escape.

Raúl detona otra chinampina, el ruido suena tan a un disparo que nadie de los presentes se da cuenta del pequeño tamaño del arma y del que, pese a dos detonaciones ya, el techo no presenta ninguna fisura.

Todos al suelo -grita el pintor-; esto es una declaración de amor.

En ese mismo instante, muy lejos en la ciudad, un carterista se enamora secretamente de su víctima, cuando en la cartera del hombre descubre una flor.

Las detonaciones dan la señal. Gilberto, estacionado cerca del banco, envía dos veces el mensaje que ya tenía escrito en el celular y sale del taxi con una lata de pintura en aerosol en las manos.

Mientras la cajera llena de billetes el portafolio y Raúl grita para que los clientes se tiendan en el piso; el taxista pinta los cristales de la sucursal.

Abriremos las grandes alamedas -escribe en letras grandes y rojas- y haremos caminar al hombre libre.

A la misma hora, en otra parte del país, una niña llega a una decisión. Toma el cuchillo y se acerca al bulto que es su padre, tirado alcohólico en el sillón, mientras su golpeada madre llora encerrada en su cuarto.

Los mensajes fueron la señal. Al mismo tiempo, separadas por varias calles, Aurora y Beatriz arrojan carritos de supermercado, llenos de pañales, hacia el tráfico de dos grandes avenidas y echan a correr rumbo la estación del tren subterráneo. En el cruce de las dos arterias urbanas, metros adelante, está el banco.

El caos vial que se provoca impedirá que otros vehículos estorben la huída y dificultará enormemente que las patrullas lleguen a tiempo.

El rey está desnudo”; se lee en cada uno de los pañales que abundan regados en el pavimento.

En ese momento, en otra parte del continente, el joven mira a la chica por enésima vez; es solo un rostro más entre los cientos ahí reunidos. La mira de nuevo y se decide, toma las pinzas y corta la reja de alambre que separa la fábrica parada de sus obreros.

Salen riendo del banco y entran cantando al auto compacto. Gilberto arranca y acelera por la calle inusualmente vacía. Raúl extrae exactamente seis mil seiscientos sesenta pesos del portafolio y se lo entrega a José.

El escritor introduce una carta en el portafolio y lo cierra. Se detienen rápidamente en otra sucursal del mismo banco y José entra en ella. Saltándose la fila llega hasta las cajas y entrega el portafolio al joven que atiende la más cercana.

Esto no les pertenece -dice mientras sale corriendo-, pero igual se los dejamos.

Al mismo tiempo, al otro lado del mundo, una mujer ajusta el cinturón de explosivos a su abdomen. Mira de nuevo la foto de su hijo asesinado por los ocupantes y recuerda el llanto de su hija. Seca sus lágrimas y se dirige hacia el cuartel de los invasores.

Un taxi pirata sin placas, idéntico a los miles que circulan por la ciudad, se pierde por la avenida. Adentro un grupo imposible, tres caminos que en otras circunstancias jamás se encontrarían.

Ríen y cantan, distribuyen el dinero en cinco partes iguales. Gilberto pisa el acelerador, muy lejos empiezan a sonar, inútilmente, las sirenas.

Esa noche José soñó que la besaba.

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