sábado, septiembre 02, 2006

Fox sólo estuvo 7 minutos en San Lázaro

El PAN se quedó sin fijar su posición en la sesión de apertura
Atendido en el vestíbulo, Fox sólo estuvo 7 minutos en San Lázaro

Sin interpelaciones dio su mensaje pregrabado ante las cámaras de televisión

ROSA ELVIRA VARGAS

Siete minutos en San Lázaro y una palmada en la espalda que le dio Martha Sahagún cuando se disponía a subir a la camioneta. Así se escribió ayer el epílogo del último Informe del presidente Vicente Fox. Así quedó retratado su ocaso. Y entonces, regresó a Los Pinos. Llegó seguramente a verse a sí mismo en la televisión. A lamerse el orgullo lastimado.

Se recreó en su monólogo y, desde las cámaras destinadas exclusivamente a recoger la imagen presidencial, armó a sus anchas y sin interpelaciones, una pieza didáctica -supondrá él- digna de ese instrumento que presume como su gran aporte al sistema educativo mexicano: el "pizarrón electrónico, digital, computarizado conectado a Internet" o Enciclomedia, para abreviar.

Lo había grabado desde la víspera, y así, pudo buscar sin recato, alguna de las cámaras que lo tomaban, para dar su "mejor ángulo", detenerse para enmendar cualquier error de lectura. Corregir el énfasis y hasta recibir retoque en el maquillaje. Todo solo para él.

Así, y por la vía de los hechos, Fox Quesada daba anoche categoría de Congreso sustituto a la televisión mexicana.

Sin embargo, hasta el último minuto confió en que la bancada del PAN pudiera salvar la situación y permitirle llegar y usar la tribuna.

Así se los comentó a los legisladores que conformaron la Comisión de Cortesía que esta vez fueron por él a Los Pinos.

"A ver si había forma de convencerlos (a los de la coalición Por el Bien de Todos) de que lo dejaran leer el Informe. Que se expresaran sí, pero que le dieran oportunidad de dar su mensaje", comentaba, cuando ya todo había pasado, Guillermo Anaya, panista de Coahuila.

Dio pormenores del momento en el cual a Fox Quesada "no le quedó de otra" que aceptar la recomendación del presidente de la Cámara, Jorge Zermeño Infante, ante el hecho de que no había condiciones y era "imposible" que pudiera subir a la tribuna.

No obstante, el diputado todavía interpretaba el semblante del mandatario: "se veía de muy buen ánimo, muy tranquilo y, la verdad, es que muy sereno".

Pues sí, pero entonces la pregunta es: ¿dónde quedó la estrategia del PAN que presumieron la víspera? ¿Por qué lucían esa expresión de pasmo y de engarrotamiento cuando los de la coalición se hicieron de la tribuna? ¿En qué parte ubicar las baladronadas de Juan de Dios Castro ostentándose como "dictador" a todo pulmón si a cambio de militarizar el recinto y sus alrededores conseguiría el micrófono para su jefe? Quién sabe.

Esta vez los legisladores del PRD consiguieron ser discretos. A las 14:45 horas concluía una primera reunión en sus oficinas y todos esquivaban las grabadoras. Cuando mucho, adelantaban que tendrían otra encerrona por ahí de las 16:30 horas para acordar los últimos detalles.

Todo lo tenían listo. Pero se suponía que también los panistas.

Los primeros sólo aceptaban mostrar su determinación de no permitir que Fox Quesada hablara porque, decían, la única obligación del Presidente es entregar el Informe, "pero decir el mensaje no está en la Constitución y eso es lo que vamos a impedir".

Estaban tan seguros de lograrlo, que alguno hasta se atrevió a poner en prenda la renuncia de toda la bancada si el jefe del Ejecutivo lograba tomar la palabra.

Y en el otro lado, contentos y hasta confiados, los panistas también tenían sus reuniones, recibían línea para bloquear el extremo izquierdo -viendo de frente a la mesa directiva- de acceso hacia la tribuna, y formar un cinturón que permitiera únicamente el arribo de Vicente Fox. Así pensaban salvarla.

Pero no pudieron ni se esforzaron por poner en práctica algún plan de contrataque. Porque si al inicio de la revuelta no reaccionaron, cuando aquello alcanzó su cúspide y posterior desenlace, tampoco se veían muy molestos.

Sólo era evidente el malestar de Ricardo García Cervantes, pero los demás obedecieron sin chistar la declaratoria de final de sesión y dejaron las curules.

Así, no hubo quien en el propio recinto reclamara ante el hecho de que el coordinador de los diputados del PAN, Héctor Larios no pudo leer el "posicionamiento" partidista, con el cual tendría que haberse cerrado la participación de las fracciones partidistas, después de Carlos Navarrete, del PRD.

De ese modo, y de nuevo por la vía de los hechos, el jefe del Estado mexicano cumplió estrictamente el texto constitucional y se presentó ante los legisladores a entregarles el Informe del estado que guarda la nación y se fue.

Ya quedará para interpretaciones legalistas si la fugaz permanencia en el vestíbulo del recinto legislativo puede interpretarse como asistencia "a la apertura de sesiones ordinarias del primer periodo del Congreso", según reza el artículo 69 constitucional.

Al mismo tiempo, y con evidente y bien planeada distribución previa, los legisladores de la coalición -excepto los de Convergencia- permanecían instalados en la tribuna; coreaban sus consignas del "voto por voto, casilla por casilla'' y "Obrador, Obrador". En la parte baja instalaron una formación de mujeres en la cual, a la izquierda, Rosario Ibarra y María Rojo portaban una gran bandera mexicana, otros mostraban los conocidos carteles que señalaban: "Fox, traidor a la democracia'', pero añadían uno más, tamaño gigante, aquel con una foto de Fox diputado en que se colocó boletas electorales como orejas de burro; y hasta alguien se apareció por ahí con un retrato de Benito Juárez.

Y más cosas traían. Cuando de súbito en el interior del salón de plenos se escuchó la voz del mandatario para dar cuenta del cumplimiento de su obligación y declarar que la "actitud de un grupo de legisladores" -a quienes más tarde ante la televisión y en un fragmento que se incorporó de último momento, ubicó como del PRD- le impedía leer el mensaje preparado para la ocasión, se oyeron los silbatazos.

A los gritos de "Vicente, Vicente", surgidos del área de invitados más que de la propia bancada panista, los de la coalición respondieron con otro parque. Esta vez con agudísimos silbatos que, oh ironía, tenían la marca Fox 40 Classic, y entonces aquello fue un duelo de gritos contra silbidos, con un tercer actor cumpliendo su anunciado papel de convidado de piedra: el PRI.

Sí, los mismos que se acabaron los calificativos para denunciar ante la prensa la presencia policiaca y militar en torno a San Lázaro; los que calificaron de involución republicana y un atentado a la ciudadanía de veinte colonias y una afrenta para su condición de legisladores los incontables retenes y revisiones que debieron pasar para llegar a su curul, ayer sólo enmudecían ante el espectáculo de la toma de la tribuna.

A ellos lo que se les da es la polaca. Dígalo si no Ricardo Canavatti que prácticamente nunca ocupó su lugar, hablaba y saludaba a todo el que pasaba frente a él. O todos aquellos que buscaban incesantemente a su gobernador en las tribunas de invitados.

Pero también estaban Manlio Fabio Beltrones, Heladio Ramírez o José Murat, prestos a declarar contra el cerco, el "secuestro", la toma, el "estado de sitio" y todas las definiciones que encontraron para referirse a la afrenta sufrida por el Poder Legislativo; y que no obstante haber enviado a Martha Hilda González Calderón a denunciar este hecho en el discurso del PRI en tribuna, no fueron capaces de secundar la protesta de la coalición, pese a que ese, precisamente, fue el argumento esgrimido para interrumpir la sesión de Congreso.

Así son ellos. Y esa fue su estrategia.

Y afuera, en la explanada de San Lázaro, con la duda de si detenerse a declarar o apresurarse para no perder el autobús que los había llevado hasta ahí, caminaban los invitados de la familia Fox, empresarios, banqueros, militares y hasta ministros de la Corte (que nunca entraron al salón de plenos).

Fox, para entonces, desandaba el camino resguardado por elementos del Estado Mayor Presidencial, la Policía Federal Preventiva, granaderos capitalinos y todas aquellas corporaciones de las que se pudo echar mano.

Caía entonces el telón de su sexenio. Y se fue.

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